Mr Phuy

Bodas y biblias.

Las iglesias suelen evitar bodas al aire libre. En un templo, la lectura de parábolas sobrevuela las cabezas de la audiencia como harían las claraboyas de la fe. Fuera del templo, en cambio, el rebaño se dispersa. La voz del reverendo se debilita con el flujo del polen hacia las narices de los fieles, la palabra divina se erosiona y empieza a fallar como un viejo anuncio de neón. El Reino de los Cielos vale, cuando mucho, lo que un suéter de algodón, indiana y encajes de poliéster.

Después de la ceremonia, por lo general, hojas de maple caen sobre el plato del reverendo, que ya no tiene quien salga en su protección. La misa es suya; pero la fiesta es presidida por algún loco oportunista, como el tío Franky, que al segundo tarro manda al diablo las formalidades, tira el saco encima del pastel y desparrama merengue a las mujeres. Algunas le dirigen miradas incriminatorias, de desvergüenza, pero a nosotros nos parece genial, el tío Franky, con el hocico pegado al tarro y rodeado de niños.

La fiesta llega a un clímax si el tío Franky se mete al chiquero y sale montado en el cerdo Garibaldi, un animalón del tamaño de un Vocho que refunfuña escandalosamente, y quién no, con un loco encima. Dios guarde al tío Franky, de nombre italiano pero tan francés él. Te digo, luego se quejan los franceses, siempre tan encimosos. No sorprende que les cayera como un mazazo la Revolución, escrita con mayúscula.


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